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La Voz de Mego

La Vecina

La Vecina Dieciocho años tenía la vecina cuando decidió salir de su casa, cansada de pelear con la gente que le rodeaba y aburrida de no haber hecho nada en dieciocho años de vida. Soñaba cada mañana con hacer algo que le cambiara la vida, algo que le diera la oportunidad de sentirse realizada. Sin embargo, nunca dijo nada, calló todo deseo y pensamiento que se le pasaba por la cabeza acerca de su locura. Sólo un amigo sabía de su huída secreta, y a pesar de que la miraba con ojos comprensivos cada vez que ella relataba el modo en que lo haría, en el fondo nunca creyó que ese esperado día llegara.Juntos habían hablado horas interminables acerca de los lugares que visitaría, compartían las noticias de gente que se atrevía a cumplir ese mismo deseo. Se reían de las caras de los familiares al levantarse y ver que ella no estaba. Pero nunca se planteó que aquel secreto se hiciera público. Nunca pensó que su amiga le diría ese adiós indefinido tan perfectamente planeado.Los sueños no pueden dejar de serlo nunca, repetía una y otra vez cuando se enteró de su ausencia. Eran las cuatro de la mañana cuando lo despertó la musiquita de moda del teléfono móvil. Llevaba una semana presumiendo de su nuevo móvil capaz de recibir canciones enteras y reproducirlas como melodía. Pero nunca esperó odiar tanto una canción que había significado el inicio de su adolescencia, la primera canción de su primera escapada nocturna y la misma que lo acompañó en su primer beso y en aquella noche íntima tan desastrosa, de la que sólo conocían los detalles más escabrosos la vecina de dieciocho años y la chica escogida para la ocasión. Quizá esa melodía se había empeñado demasiado en estar presente en los acontecimientos más intensos de su vida. En todo caso, en aquel minuto lo último que pensó fue en el significado de aquella dichosa canción. Le llegó justo oír “¿Dónde estáis un día entre semana a estas horas, qué hacéis que todavía no estáis en casa?” No le hizo falta más información, tenía datos suficientes como para saber que podían significar aquellas palabras. La vecina llevaba una semana distanciada de su compañía, no lo buscaba ni lo llamaba, pero todas esas señales mudas sólo se hicieron visibles en aquel momento. Durante años habían estado escogiendo el día de la semana que debía realizarse la escapada y durante muchas horas embriagados por el alcohol y el humo narcótico de la marihuana habían ensayado las excusas que debía decir ante ese justo interrogatorio. Pero esta vez no había risas y el humo de tan consumido estupefaciente estaba muy extinguido para decorar la habitación. Pero sobre todo, faltaba ella. No supo decir nada, tan sólo se oyó unos segundos más tarde “yo…yo…estoy durmiendo”, tan lejano y tan desconocido que ni la misma madre lo reconoció. No había tono de voz, era una excusa mecánica y mal disfrazada. Lo único que podía esperar esa respuesta era el cuelgue que se produjo seguidamente. La madre palideció, el enfado que hacía unos minutos le había enrojecido la cara al ver la habitación de su hija vacía, se tornó angustia. Los ojos empañados de lágrimas dirigían su vista hacia la puerta que acababa de abandonar. Las piernas no se atrevían a llevarla al mismo lugar. Temía lo que siempre había pensado, y lo que ahora sabía. “Algún día lo dejaré todo, me iré y no podrás detenerme”. Se acababa de dar cuenta de que algún día había llegado ese martes 21 de octubre. Convertida en autómata se dirigió a la calle. Lo mismo hizo el muchacho, como un impulso reflejo. Los dos al mismo tiempo abrieron la puerta. Frente a frente. Dirigieron la vista a ambas esquinas de la calle, con los brazos caídos y las piernas dormidas. Con el corazón roto. Ninguno fue capaz de mirar al otro. Pero ambos se sentían mutuamente. Esperaban encontrarla todavía en la calle. Algún rastro de ella. Quizá un carta de despedida. Pero había sido la única meticulosa en su historia. Precisamente por eso, porque siempre fue su cuento, su idea, su sueño. Los sueños no se cumplen nunca. Se miraron. Esta vez para buscarse, para abrazarse. Arrodillados en el frío asfalto de la noche, iluminados por la luz intermitente de la farola callejera. No hablaron, no se nombraron. Solo se apretaban para no perderse. Asegurándose de que ellos no se habían ido. Que no era una pesadilla. Entonces lloraban, no había llanto. Sólo lágrimas transparentes que lavaban la cara y el cuerpo de dos seres humanos.“Ya he llegado, no sé cuando podré volverte a llamar, pero hoy empiezo a vivir, no olvides que te QUIERO”. Entonces es querer lo inalcanzable. Colgó y se sentó en la cama. Acababa de perder su primer amor.

2 comentarios

marisa -

Ya lo creo que los sueños se cumplen, lo que nunca hubiera imaginado es de qué forma, y gran parte de todo eso te lo debo a ti. Así que no me digas que cada vez estás más lejos que no puedo evitar una nostalgia enorme cada vez que pienso en aquellos meses.

César -

¡Tremendo! ¡Entonces sí hay futuro en tu sueño! ¡Sí es posible! ¡Los sueños sí son posibles!
Muchas otras cosas serán mucho más pequeñas... muchísimo más... mucho menos trascendentes, muchísimo menos... pero tu sueño, el de verdad, ese sí se podrá.
Un abrazo, desde lejos... cada vez más lejos.