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La Voz de Mego

Vidas Paranoicas

Vidas Paranoicas

Y siempre miraba atrás, con miedo, como si lo siguieran, como si supiera que iba a morir inesperadamente. Temía que la verdulera de la esquina, pese a esa sonrisa tan grande y generosa, algún día le regalaría una caja de venenosas lechugas para verlo morir lentamente. Por eso, nunca le hizo caso; Por eso, nunca le miraba a la cara, es más, había aprendido a aborrecer su rostro y había dejado de comprarle porque siempre se empeñaba en regalarle algo, mientras más empeño le ponía más sospechaba de ella.

Lo mismo le pasaba con la vecina del quinto, una chica dolorosamente atractiva pero, según sus palabras, una puta sin piedad. Bajaba los peldaños con sus tacones altos que le estilizaban las piernas siempre desnudas, desafiando al tiempo y le miraba con ojos lascivos sabiéndose bella e irresistible. Sin embargo él se afirmaba que tras esa sonrisa pícara se encontraba una víbora asesina cuyas tremendísimas piernas lo agarrarían para sí en pleno acto sexual y lo devorarían poco a poco provocándole una muerte lenta que le permitiría ver como sus miembros corpóreos, aquellos que le habían acompañado desde su nacimiento, desaparecerían poco a poco. La odiaba, y odiaba sus minifaldas y la erección que le provocaba verla desnudarse sensualmente a través de la ventana.  Quería acabar con ella porque no soportaba dejarse cegar por esa melena rubia y esa cara de muñeca. Había planeado incluso la forma en que la despedazaría, pero cuando esta idea llegaba a su cabeza provocándole más excitación, incluso que ella misma, se duchaba y se restregaba la piel hasta hacerse sangre, hasta arrancarse la piel. Le dolía verla. Le dañaba su perfume. Le angustiaba su mirada, y el roce con su piel le provocaba sarpullidos, pero en el fondo, quería hacerla suya. Por eso la seguía, por eso se acostaba cada noche pensando en ella, por eso le gustaba verla cuando entraba con un amigo y espiarla. Imaginándose él, tocándose como si fuera ella y cuando lo hacía se sentía miserable, como un hombre vulgar, como un simple hombre, como un pene erecto antes de escupir semen.

Ayer, una llamada telefónica le cambio la vida. Su madre había muerto. Una enfermedad degenerativa la había consumido pudriendo su  cuerpo en la cama de un hospital, sola, como siempre había estado desde que su único hijo la violó. Como siempre había estado desde que ella huyó de su lado. Como siempre desde aquella noche, desde aquel día.Su madre nunca entendió que desde bien pequeño él estuviera enamorado de ella, e incluso había llegado a temer por la forma en que la besaba y la acariciaba algunas veces. Precisamente por eso había optado por distanciarse de él.

Aquella mañana, llegó a casa con la intención de homenajearse con un prolongado baño pensando que estaba sola. Él, escondido tras la puerta, observó silenciosamente, nervioso, como tantas otras veces, el ritual con que se quitaba la ropa y se untaba de aceites aromáticos, como se acariciaba tiernamente los senos después de un día agotador, como se pasaba las manos por los cabellos y se los peinaba con los dedos para estirarlos antes del baño. No pudo resistirse y la abrazó, la besó en el cuello, le mordió tiernamente el lóbulo de la oreja, la cogió de la cintura subiendo poco a poco las manos hasta el límite de los pechos, como suele hacer el mejor de los amantes. La mujer, madura pero todavía atractiva, se asustó, pero no se alarmó. Aunque en un principio no acabó de identificar quien era el varón que así la abrazaba, pensaba en algún amante secreto, e incluso empezó sintiendo placer. Hacía años que nadie la acogía de ese modo en su regazo.

Sin embargo, al girarse y ver que se trataba de su propio hijo, presa de pánico, inició una pelea de gritos y puñetazos contra su profanador, provocando en este una excitación aún mayor de la inicial. Le intentaba arañar, le repetía mil veces mal hijo, y se retorcía intentando escapar. Pensaba él, en aquellos momentos, que su madre estaba jugando, como cuando era un niño y ella una madre cariñosa. Pero para no molestar a sus vecinos le tapó la boca y la tiró contra la pared, sintiendo cada arremetida, llorando de placer en cada penetración, liberándose en cada gota de sudor. Por fin estaba volviendo a sentir a su madre desde dentro, como cuando todavía era un feto, por fin volvía a besar sus pechos como cuando mamaba de bebé el dulce sabor de su leche materna.

No se fijo en los intentos fallidos de su madre por soltarse, ni en las lágrimas de desesperación de la mujer, ni siquiera en como se acurrucó formando un ovillo cuando acabó todo, en el suelo, sin querer ni poder levantarse. Agarrándose la cara y el cuerpo como un traje roto que hay que tirar. Cuando él, cariñoso, intentó acercarse, ella, se enrolló hasta el infinito, en si misma y le suplicó balbuceando que por favor la dejara sola.

Cuando por fin él aceptó, se levantó y cerró el cuarto de baño. Ella quedó sola, sola con su drama y su cuerpo estigmatizado para siempre. No hubo agua suficiente para limpiar tal impureza, no fue capaz de hallar tanto perfume como para eliminar el olor a traición y perversión. No hubo espacio suficiente para martirizarse eternamente. Allí, encerrada, permaneció hasta que él se fue a trabajar. Hasta que por fin estuvo sola, ahora sí, sola. 

Al día siguiente le había sacado las maletas a la calle y cambiado la cerradura. Incluso se cambió el número de teléfono y en cuanto tuvo ocasión se cambió de casa, pero nunca lo denunció, al fin y al cabo era su hijo. Al fin y al cabo lo había llevado en su vientre durante nueve meses y sufrido dos días de parto ¡Maldito hijo de puta descarado! Al fin y al cabo, en todo caso, ella era la puta que lo parió. Al fin y al cabo, no tenía fuerzas para volver a verlo. Al fin y al cabo por fin volvería a estar sola. Al fin y al cabo, en todo caso, la pesadilla no iba a dejar de terminar nunca, hiciera lo que hiciese.

Y ahora había muerto, casi veinte años sin saber de ella, sin ni siquiera recibir una mala noticia suya, sin una carta anónima, sin una indicación, sin un consejo. Y se enteraba ahora, por una enfermera antipática, que su madre acababa de morir muy lejos de su hogar infantil. Después de tanto tiempo desde aquella placentera noche en que él se hizo hombre y su madre se convirtió en su amante. Después de aquellos veinte intensos minutos. Intentó recordarla y no pudo. Intentó entender porque se había ido y no había contado con él, pero no fue capaz. Había decidido que no iba a ir al entierro porque estaba enfadado con ella. La maldijo por haberlo despedido así de su lado y se cagó en sus muertos, sin escrúpulos. Caminó de derecha a izquierda. Camino de izquierda a derecha, y volvió a repetir el camino unas cuantas veces más, pensando en todas ellas si debería ir; Y al final negó su propia decisión primera y arrancó el coche. Hacia el tanatorio, hacia el pasado.

No la reconoció, realmente estaba vieja y ahora más que placer le producía repugnancia, siguió observándola durante un  buen rato. El pelo que siempre lo había tenido largo negro y lacio se le había convertido en blanco y muy corto, con una calvicie prominente que mostraba una cabeza deforme y cuarteada por el tiempo. La piel del cuello le colgaba ahora como si formara parte de un disfraz mal puesto, y su cara se había ensanchado considerablemente. Sus manos arrugadas, también estaban cuarteadas y mugrientas, como si no se hubiera lavado en años. Cuando nadie le veía escupió sobre su difunto cuerpo, aunque le hubiera gustado vomitarle encima, dejarle caer su ira. Pero no fue capaz.

Esa no era la madre que el conoció, a la que amó en aquel cuarto de baño, a la que hizo suya durante veinte intensos minutos. Si no se hubiera muerto la hubiera matado él. Si hubiera sabido donde estaba, le hubiera preguntado que había hecho con su amor, con su único amor, que le había ocurrido a su madre, dónde había quedado.

Se alejó del ataúd, con mirada inexpresiva, fría, maquiavélica y mandó que la incineraran.

Nunca iría a recoger sus cenizas.

De camino a casa, paró el coche a mitad de camino, se arrodilló en mitad de la autopista y se dejó arrollar por un camión que venía en dirección contraria. Fue despedazado sin piedad y sin quererla tampoco.

 

7 comentarios

marisa -

Tienes razón César, de verdad que quiero corregir lo de las faltas de ortografía. Soy la primera a la que no le gusta nada leer un texto con faltas, me da rabia, mucha. Voy a ver si poco a poco las voy corrigiendo hasta que quede un texto limpio.

César -

Buen tema. Se adivina el suicidio final aunque no se sepa cómo. No des pistas en las etiquetas, deja que el relato sorprenda.
Ojo con la ortografía, le resta peso a lo que escribes.
Saludos desde lejos...

Pablo -

Bueno, avísame cuando escribas otro relato. Y si necesitas inspiración, me avisas también.
Saludos.

Marisa -

JAJAJA...en eso te doy toda la razón, pero ves, claro se entiende mejor. La buscaré por algún lado.
Bueno, eso de no haber escrito nada para ser leído, yo tampoco creo haberlo hecho, pero lo cuelgo por si alguien se pasa y lo lee y me dice algo acerca de...Algún día podré escribir algo que realmente valga la pena para ser publicado.

Pablo -

Supongo que no es fácil construir un estilo propio, y que si te pones a pensar y a releer lo que has escrito, demasiadas veces terminará todo en la basura. De todas formas, creo que llevas buen camino, aunque mi opinión no vale nada, ya que nunca he escrito nada que otros pudieran leer, y me limito a observar desde la barrera. Saludos.
Pd: Me refería a que, en horas bajas o en momentos de estancamieto creativo, un buen polvo hace aparecer a las musas.

Marisa -

Lejos de ofender has generado un impulso positivo de superación. Es muy bueno recibir algún tipo de comentario en el blog y sobre todo si se trata de cualquier tipo de crítica constructiva que ayude a mejorar la escritura. No obstante no voy a negarte que no acabo de entender a que te refieres con lo de la inspiración en su forma más básica.
Por otra parte, te voy a dar la razón en cuanto a lo de cambios de estilos de párrafo a párrafo, aunque realmente no lo había analizado así hasta el momento. Quizá se deba a la inseguridad con que enfrento cada nueva obra y a la diversidad de estilos a imitar que tengo en mi mente.
Gracias por haberlo leído.

Pablo -

No es malo. Aunque el estilo de tu narrativa varia ampliamente de un párrafo a otro, o al menos esa sensación me produce tu lectura. Creo -sin ofender-, que necesitas un poco más de inspiración en su forma más básica, la carnal. Mi email: pablocb.loko@gmail.com