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La Voz de Mego

La decepción viste de ROJO y...

La decepción viste de ROJO y...

 

Lamentaba su alma los dedos de aquel puño dormido, cerrados y apretados levantando suspiros al tiempo que cortaban el aire de un mundo aparentemente inmutable. Era evidente que la tarde, mañana o noche, no iban a revelarle una nueva identidad.

Había caducado el silencio al mismo tiempo que Él enmudecido su boca para siempre, muerto en vida, sin silbidos de socorro ni gestos de dolor.

Las falsas verdades y frases a medias habían convertido su vida en una obra de paja. Un techo invertido sin pilares de soporte, una razón abandonada en sus propios ideales. Un regalo sin lazo.

Atrás quedaron las voces sociales, atrás donde nadie volvería a buscarlos. Nadie ahora era él, quien con la garganta apretada había afirmado su culpabilidad.

Vida privada. Statu Quo.

La materia es tan sólo Dinero. El Poder lo compra. Querer sólo se quiere desde abajo. Hacer es un verbo.

Hoy no he abierto los ojos

Hoy no he abierto los ojos

Hoy no he abierto los ojos. Pareciere como si la mañana y la noche hubieran pasado en silencio, escapándose de la brisa que les proporciona los minúsculos segundos cuando se encuentran en el cambio de día. He imaginado una conversación entre ellos. Lo cierto es que es un estudio que llevo realizando durante algunos años, creo que en el fondo se admiran mutuamente pero no son capaces de manifestar con palabras la belleza del silencio.

Hoy no me he dado cuenta, y pienso que por fin se han cruzado la mirada porque al asomarme como lo hago siempre, algo parecía diferente. Creo que ha sucedido. Puede incluso que hasta ahora el constante control al que estaban sometidos les incomodaba lo suficiente como para no darse cuenta del tiempo. Quizá por eso mi torpeza al intentar abrir las ventanas les haya sorprendido. Les haya hecho cómplices por unas milésimas de segundos y se hayan sentido acompañados por un segundo en sus vidas.

Me pregunto si el temor al frío ha provocado que la noche dejara de respirar, y que yo no abriera los ojos. No, realmente me molesta esta situación y normalmente también me pongo de mal humor. Hoy, ni carne ni pescado, prefiero seguir sin abrir los ojos. Últimamente tengo la sensación de que cualquier día cuando menos lo espere estaré viviendo en otro espacio. La era de la mensajería ha pasado y el estruendo de la nada caerá como una jarra vacía sobre la espalda cálida que hasta hoy me pertenecía.

En el fondo formar parte de la caída abismal que supone no sentirse miembro de ninguna parte y no ser capaz de ver más allá del fondo incoloro de un lugar ajeno, debe provocar una sensación increíblemente anodina.

Imagino que en esa inexistencia de espacio tiempo el sentir que ha pasado un diminuto segundo, por pequeño que sea debe ser todo un acontecimiento. La eternidad, debe ser odiosa. Por eso, procuro no mirar hacia abajo cuando subo a algún lugar. Por eso procuro no vestirme con los ojos abiertos ni siquiera soy capaz de ver la vida observando el espejo. Debe ser terrible no pertenecer a nada y saber que millones de personas andan imaginándote una vida. Algo así les debe pasar a la noche y al día. Por eso prefieren no hablar ¡Ni que el tiempo fuera a pasar más rápido!

Yo sin embargo esta mañana he notado ese segundo que para mi nunca ha sido minúsculo. He querido fotografiarlo pero ya había pasado. He querido inmortalizarlo y después he comprendido que realmente lo único que he hecho ha sido matarlo.

Deberían aparecer aquí cinco agentes (no más porque son demasiados y no opondría resistencia con lo cual sobrarían algunos y habrían perdido un preciado momento de sus vidas y no menos porque me dan risa y los odio y ellos lo saben e igual acabaría invitándolos a alguna cerveza y ellos acabarían aceptando y no sería idóneo en un mundo en el que los segundo no son bellos, son sólo tiempo), esposarme y llevarme a prisión por condena perpetua.

Creo que he exagerado, porque bien sé yo que no duraré tanto en esta puta vida, no nací para para eso. Podría no obstante sentarme en un banco de la plaza y condenarme a ver pasar las caras de los niños que han perdido su inocencia, de los viejos que anhelan el antes y de los jóvenes que no saben dónde están ni por qué motivos. Por lo menos tendría una excusa para llorar. Creo que ya he llorado bastante pero no he vivido suficiente. En el fondo yo también he querido ser luna alguna vez. Ella ha visto pasar los siglos más allá de su consciencia. Ella ha escuchado secretos inconfesables en su longeva vida, y no los cuenta y no los juzga, pero ella sabe demasiado. Sigue no obstante enamorando a enamorados, testimoniando delitos, acogiendo peticiones vacías... Luna.

Realmente, prefiero el lado oscuro de su vida. La otra cara que le da la espalda a todo, la que todos desconocemos. Dicen que si te quedas mirando la luna llena mucho tiempo te pierdes en un mundo paralelo. Pero es mentira, llevo años mirándola hipnotizada y no soy capaz de encontrar ese camino.

Intuyo que hoy no he abierto los ojos porque anoche fui incapaz de cerrarlos.

Era una luna demasiado llena como para perderla de vista.

Sospecho que realmente no ha pasado el día.

Me he perdido por fin en el infinito universo de la vida.

  danza de rojos en dorada armonía

Puta desvalida en un rincón de la cama

sudorosa y manchada por un fluido que no es tuyo

desnuda y desvestida sale de su madriguera

gris y envejecida se asoma con temor al espejo

aquellos años de belleza infinita han pasado

Puta desvalida en el cuarto trastero de un psiquiátrico

sola, jodida, mil veces la jodieron y otras tantas se  dejó                                                                                                                                                           

te dejó, me dejó, le dejó

abandonada como cada mañana y ahora todo el día, cada día

Puta desvalida añora su esquina en la calle, en libertad

su cuerpo vendido es ahora una arruga del tiempo moribundo

sus ojos marcan el amor comprado con que muchos (todos) la conquistaron

abraza sus huesos como único signo de amistad

Puta desvalida nunca nadie le hizo caso

formó parte de escenarios como un objeto más

poseía una enorme lista de contactos como una buen profesional

la agenda mal rayada yace hoy en aquella cama

aquella cama de aquel piso de donde la tuvieron que sacar

 

Puta desvalida

puta

desvalida

sola

se llamaba María.

La casa, mi verdugo

La casa, mi verdugo

 

Juraba por lástima cada noche que no lo volvería a hacer. Se repetía una y otra vez que algún día lo dejaría. Que iba a empezar a cambiar. Se miraba en el umbral de la puerta soñando penas que no le llevaban a ningún sitio. Sabía que ahí donde él mismo se repetía cada luna las mismas palabras, ese maldito lugar, era también el único que comprendía el final de su promesa. Tantas veces siendo testigo mudo de los acontecimientos había llegado a comprender. Le faltaba sellar la fecha con pinceles afilados. Enmarcar el momento para contabilizar más fácilmente los intensos lloros del después.

Allí era donde cada oscuridad tardía, del mismo modo que juraba empezaba a decaer. Empezaba a sentir que lo necesitaba de nuevo. El último no más era también premonitorio del otra vez.

Bajaba callado, sin oír sus propios pasos, bajaba, por no llorar más. Salía, tras no dormir, de su piso en tercera planta sin pagar y repetía la misma escena.

De nuevo, iba otro día a trabajar. Pero eso sí, juraba, repetidamente, incansablemente que sería el último día.

Niña de ojos tristes

Niña de ojos tristes

 

Quiero ser domingo, como ayer quería ser lunes, jugando a tener el tiempo en mi bolsillo, susurrándole al reloj que es mío. Creo que voy a caminar por la playa para ver las nubes de arriba como hace tiempo no las veo. Estoy cansada de volar y de no pisar la tierra.

  Ayer mientras hablábamos me dio la sensación que me juzgabas. Confieso que me dio rabia. Ya ves ¡Quién te has creído que eres para pensar por mí! Niña de ojos tristes, dijiste.

  No tengo los ojos tristes, hoy me he visto en un espejo. Son ojos vestidos de luto. Porque el negro no dice nada. Porque el negro es ausencia de color como también lo es el frío ausencia de calor.  Se trata, solo, de inventar, de creer que todo pueda ser más mágico y al final todo se reduce a la falta de algo. Quizá por eso te creíste ayer superior, porque me diste nombre. Ignorante.

  Te hace falta llorar más, te hace falta sentir que dejas de ser piedra. Sólido material, pero horadable. El tiempo todo lo perfora, aunque no te lo creas, a ti también.

   Una vez fui como tú, una vez no me creía que la vida fuera a cambiar, y hoy me ves aquí tirada, ocultando la poca dignidad que tu quisieras ver.

   Pero no te pedí que me lamentaras, lo hiciste porque así sobrevives. Realmente eres un ingenuo. Hace mucho que camino por encima de ti y por debajo. Hace mucho que decidí ser dueña de la vida. Sentarme y escribir. Observar. Como aquel hombre que una vez conocí. Como aquel con quien compartí una taza de café. Me contaba un periplo, tal vez inventado, o seguramente no, en su bici cacharrera. Me leyó diversos cuentos empíricos y me dijo, como el más sabio: "No sé escribir, no me gusta leer, pero ahora sólo puedo escribir y sentirme grande" ¡Qué genial chico! Pensé. Queriendo que lloviera, mientras iba hacia mi casa, mientras notaba el agua inexistente derramarse por mi nuca. Y quise ser bicicletero, como dijo él que era, su profesión.

   No, no voy en bici, creo que eso es para los más grandes, para los que van por encima más. Sin saberlo. Sin llegar nunca a caer en el vacío.

   Ignorante. Crees que por no andar cabizbaja con más preocupaciones que mi propio bostezo no merezco estar aquí.

   Yo también sueño, pero lo intento hacer realidad. Yo también rezo, pero no a un Dios, sino a mi libertad. Porque yo grito si quiero hacerlo. Porque ando hacia atrás si siento la necesidad y me detengo si así lo pide mi cuerpo, y no condeno a mis, según tú, locuras, ni a tus histriónicos comentarios. El loco, aunque no te lo creas, puedes ser tú.

   Creo que mañana seré dinero, para pasar de mano, en mano. Para que me soben y me veneren, por ser un trozo de papel y esperar que el viento  me lleve y me eches de menos y llores por creer que acabarás como la "niña de ojos tristes". Ingenuo.

   El agujero de tu bolsillo, ese que indica vacío, puede ser el culpable de tu miseria. El olvido, esa ausencia de memoria, puede llevarte a la nada. El papel, ese que arrugas cada noche, puede ser mañana un cheque en blanco. Y el blanco puede oscurecer tu vida para siempre.

   No tener puede ser más poderoso que tener demasiado. En el fondo tú también crees en la magia, señor de traje triste y cara enmascarada.  

¿Hablando de amor?

                                                                                          Si sales         

 

Cierra la puerta

Ciérrala bien fuerte

                               Sin que nadie se entere, pero hazlo

Y no te gires,

                      no quiero ver como te marchas

Eso                                   duele

 

Pero

¡vete!

 

Vete y no me mires

No quiero ver como tus pasos borran

                                                            sin goma tus huellas

Seguirán el camino que tú quieras

                                                      Como yo lo hice, en pasado,

Ese camino que siempre

(¡Cómo si no te conociera!)

Me lleva a una calle más abajo

Aquella, donde nos conocimos,

Donde fuimos niños,

Donde dejamos de serlo,

Donde nos conocimos a fondo,

Antes, incluso, de conocernos por dentro

Esa donde nos llamamos amigos

Y donde nuestros padres creyeron que siempre lo fuimos

Allá

abajo

 

¡Vete!

Pero, sobre todo cierra la puerta

Tengo miedo de volver a abrirla,

                                                     sin quererlo

Tengo miedo de dejarla abierta

                                                    y que regreses

Y con ella regresen quienes fuimos

Hace mucho que dejé de ser tu amiga

Hace mucho que dejé de ser quien era

Ahora ya no quiero ser quien tú quieres que sea

Ahora te tengo miedo y

Ahora, no sé, pero no quiero

 

¡Vete!

Pero cierra,

                 con llave,

Como quieras,

Pero

¡vete!

 

Y si me ves cuando te gires

No me mires

Hazte el ciego y no me mires

Quiéreme,

                Como antes,

Sin hacerlo

Como solías hacer,

                              Antes,

Sin sentirlo

Simplemente, recuerda que fui tu amante

                                                                 Y yo tu prisionera

Simplemente

Cierra

 

¡Vete!

No me mires

Olvida que me he quedado,

                                       Que no estoy contigo

Déjame llorar

Y

¡vete!

 

Pero

        no hagas caso a lo que digo

Sólo (···)

Sólo (···)

Quédate a mi lado

Vidas Paranoicas

Vidas Paranoicas

Y siempre miraba atrás, con miedo, como si lo siguieran, como si supiera que iba a morir inesperadamente. Temía que la verdulera de la esquina, pese a esa sonrisa tan grande y generosa, algún día le regalaría una caja de venenosas lechugas para verlo morir lentamente. Por eso, nunca le hizo caso; Por eso, nunca le miraba a la cara, es más, había aprendido a aborrecer su rostro y había dejado de comprarle porque siempre se empeñaba en regalarle algo, mientras más empeño le ponía más sospechaba de ella.

Lo mismo le pasaba con la vecina del quinto, una chica dolorosamente atractiva pero, según sus palabras, una puta sin piedad. Bajaba los peldaños con sus tacones altos que le estilizaban las piernas siempre desnudas, desafiando al tiempo y le miraba con ojos lascivos sabiéndose bella e irresistible. Sin embargo él se afirmaba que tras esa sonrisa pícara se encontraba una víbora asesina cuyas tremendísimas piernas lo agarrarían para sí en pleno acto sexual y lo devorarían poco a poco provocándole una muerte lenta que le permitiría ver como sus miembros corpóreos, aquellos que le habían acompañado desde su nacimiento, desaparecerían poco a poco. La odiaba, y odiaba sus minifaldas y la erección que le provocaba verla desnudarse sensualmente a través de la ventana.  Quería acabar con ella porque no soportaba dejarse cegar por esa melena rubia y esa cara de muñeca. Había planeado incluso la forma en que la despedazaría, pero cuando esta idea llegaba a su cabeza provocándole más excitación, incluso que ella misma, se duchaba y se restregaba la piel hasta hacerse sangre, hasta arrancarse la piel. Le dolía verla. Le dañaba su perfume. Le angustiaba su mirada, y el roce con su piel le provocaba sarpullidos, pero en el fondo, quería hacerla suya. Por eso la seguía, por eso se acostaba cada noche pensando en ella, por eso le gustaba verla cuando entraba con un amigo y espiarla. Imaginándose él, tocándose como si fuera ella y cuando lo hacía se sentía miserable, como un hombre vulgar, como un simple hombre, como un pene erecto antes de escupir semen.

Ayer, una llamada telefónica le cambio la vida. Su madre había muerto. Una enfermedad degenerativa la había consumido pudriendo su  cuerpo en la cama de un hospital, sola, como siempre había estado desde que su único hijo la violó. Como siempre había estado desde que ella huyó de su lado. Como siempre desde aquella noche, desde aquel día.Su madre nunca entendió que desde bien pequeño él estuviera enamorado de ella, e incluso había llegado a temer por la forma en que la besaba y la acariciaba algunas veces. Precisamente por eso había optado por distanciarse de él.

Aquella mañana, llegó a casa con la intención de homenajearse con un prolongado baño pensando que estaba sola. Él, escondido tras la puerta, observó silenciosamente, nervioso, como tantas otras veces, el ritual con que se quitaba la ropa y se untaba de aceites aromáticos, como se acariciaba tiernamente los senos después de un día agotador, como se pasaba las manos por los cabellos y se los peinaba con los dedos para estirarlos antes del baño. No pudo resistirse y la abrazó, la besó en el cuello, le mordió tiernamente el lóbulo de la oreja, la cogió de la cintura subiendo poco a poco las manos hasta el límite de los pechos, como suele hacer el mejor de los amantes. La mujer, madura pero todavía atractiva, se asustó, pero no se alarmó. Aunque en un principio no acabó de identificar quien era el varón que así la abrazaba, pensaba en algún amante secreto, e incluso empezó sintiendo placer. Hacía años que nadie la acogía de ese modo en su regazo.

Sin embargo, al girarse y ver que se trataba de su propio hijo, presa de pánico, inició una pelea de gritos y puñetazos contra su profanador, provocando en este una excitación aún mayor de la inicial. Le intentaba arañar, le repetía mil veces mal hijo, y se retorcía intentando escapar. Pensaba él, en aquellos momentos, que su madre estaba jugando, como cuando era un niño y ella una madre cariñosa. Pero para no molestar a sus vecinos le tapó la boca y la tiró contra la pared, sintiendo cada arremetida, llorando de placer en cada penetración, liberándose en cada gota de sudor. Por fin estaba volviendo a sentir a su madre desde dentro, como cuando todavía era un feto, por fin volvía a besar sus pechos como cuando mamaba de bebé el dulce sabor de su leche materna.

No se fijo en los intentos fallidos de su madre por soltarse, ni en las lágrimas de desesperación de la mujer, ni siquiera en como se acurrucó formando un ovillo cuando acabó todo, en el suelo, sin querer ni poder levantarse. Agarrándose la cara y el cuerpo como un traje roto que hay que tirar. Cuando él, cariñoso, intentó acercarse, ella, se enrolló hasta el infinito, en si misma y le suplicó balbuceando que por favor la dejara sola.

Cuando por fin él aceptó, se levantó y cerró el cuarto de baño. Ella quedó sola, sola con su drama y su cuerpo estigmatizado para siempre. No hubo agua suficiente para limpiar tal impureza, no fue capaz de hallar tanto perfume como para eliminar el olor a traición y perversión. No hubo espacio suficiente para martirizarse eternamente. Allí, encerrada, permaneció hasta que él se fue a trabajar. Hasta que por fin estuvo sola, ahora sí, sola. 

Al día siguiente le había sacado las maletas a la calle y cambiado la cerradura. Incluso se cambió el número de teléfono y en cuanto tuvo ocasión se cambió de casa, pero nunca lo denunció, al fin y al cabo era su hijo. Al fin y al cabo lo había llevado en su vientre durante nueve meses y sufrido dos días de parto ¡Maldito hijo de puta descarado! Al fin y al cabo, en todo caso, ella era la puta que lo parió. Al fin y al cabo, no tenía fuerzas para volver a verlo. Al fin y al cabo por fin volvería a estar sola. Al fin y al cabo, en todo caso, la pesadilla no iba a dejar de terminar nunca, hiciera lo que hiciese.

Y ahora había muerto, casi veinte años sin saber de ella, sin ni siquiera recibir una mala noticia suya, sin una carta anónima, sin una indicación, sin un consejo. Y se enteraba ahora, por una enfermera antipática, que su madre acababa de morir muy lejos de su hogar infantil. Después de tanto tiempo desde aquella placentera noche en que él se hizo hombre y su madre se convirtió en su amante. Después de aquellos veinte intensos minutos. Intentó recordarla y no pudo. Intentó entender porque se había ido y no había contado con él, pero no fue capaz. Había decidido que no iba a ir al entierro porque estaba enfadado con ella. La maldijo por haberlo despedido así de su lado y se cagó en sus muertos, sin escrúpulos. Caminó de derecha a izquierda. Camino de izquierda a derecha, y volvió a repetir el camino unas cuantas veces más, pensando en todas ellas si debería ir; Y al final negó su propia decisión primera y arrancó el coche. Hacia el tanatorio, hacia el pasado.

No la reconoció, realmente estaba vieja y ahora más que placer le producía repugnancia, siguió observándola durante un  buen rato. El pelo que siempre lo había tenido largo negro y lacio se le había convertido en blanco y muy corto, con una calvicie prominente que mostraba una cabeza deforme y cuarteada por el tiempo. La piel del cuello le colgaba ahora como si formara parte de un disfraz mal puesto, y su cara se había ensanchado considerablemente. Sus manos arrugadas, también estaban cuarteadas y mugrientas, como si no se hubiera lavado en años. Cuando nadie le veía escupió sobre su difunto cuerpo, aunque le hubiera gustado vomitarle encima, dejarle caer su ira. Pero no fue capaz.

Esa no era la madre que el conoció, a la que amó en aquel cuarto de baño, a la que hizo suya durante veinte intensos minutos. Si no se hubiera muerto la hubiera matado él. Si hubiera sabido donde estaba, le hubiera preguntado que había hecho con su amor, con su único amor, que le había ocurrido a su madre, dónde había quedado.

Se alejó del ataúd, con mirada inexpresiva, fría, maquiavélica y mandó que la incineraran.

Nunca iría a recoger sus cenizas.

De camino a casa, paró el coche a mitad de camino, se arrodilló en mitad de la autopista y se dejó arrollar por un camión que venía en dirección contraria. Fue despedazado sin piedad y sin quererla tampoco.

 

Un poema para cambiar la historia

Un poema para cambiar la historia

Atrevimiento 

 

 

                                               Vuelve a ser mañana otra vez

                                               Vuelven a llorar las carreteras

                                               Vuelvo a sentir que hoy no llega

                                               Vuelvo 

                                                                     *

                                                                     *

                                                                     *                                                                


                                              Vuelvo.

                                              Y no me veo.

                                              Regreso junto a un algo que puede ser mi casa

                                              Regreso a la inmundicia de un pueblo sin sentido

                                              Regreso a la lluvia que no sabe que lo es

                                              Regreso pensando en pasado ayer

                                              Regreso hoy

                                                                  y seré mañana.

                                              Quizá cuando el humo deje de ser ruido

                                              Y crecer no tenga sueño

                                              Y leer ya no sea tan absurdo

                                              Y sentir la realidad en mis venas

                                              Y pensar quien sabe qué

 

                                              ¿Sencillo llorar?

                                              Pregunto

                                              Respondes

                                              Te miro

                                              Te siento

                                              Te odio

                                              Te.

                                              Y dejo de hablar

                                              Con ganas de llorar

                                              Pero he secado el amor al viento

                                              Y he interrumpido las pausas prolongadas

                                              Arrodillada ya no parece de día

                                              Y las piedras de un mañana que no llega

                                              Y saber que siempre hoy diré mañana

                                              Y me recordarás

                                              Quizá

                                              Llorando sin hablar (···)

                                              Sólo lloran los que sienten

                                              Y sentir,                  ¿Quién siente?

                                              Arrodillada

                                              ya no llueve

 

                                              Beso la pulpa del viento

                                              La luz iluminada del día interminable

                                              El temor a no crecer y crecer al revés

                                                                                                         O al inreves,

                                              Y no darme cuenta

                                              Y ver que hoy, mañana y otro día han dejado de existir

 

                                             Quiero

                                             Ya no quiero

                                             Decir

                                             Soñar

                                             Verbo

                                             Amar

                                             Sin oler a amor

                                             Sin ser besugo

                                             Sin ser membrillo

                                             Quiero decir que ya no digo

                                             Y empiezo a caer al vacío

                                             Y levanto

                                             Y desengancho

                                             Y repito hoy lo de mañana

                                             Será el óbito olvidado

                                             Quizá, ¿por qué?

                                             ¡Y que! ¿hoy,              ya no es mañana...?

                                             Digo

                                             No sé

                                             Prefiero el alba del olvido

                                            O perder lo sabido

                                             Arrodillada

                                             Amortajada

                                            Entre un hoy un ayer y un mañana

                                            ¡Mierda!

                                            Y eso no lo digo.


Desnudos

Desnudos

Has cruzado la calle sin mirar atrás. Me has dicho adiós mientras dormía, pero has permanecido un rato pensando en alejarte. He sentido que te ibas porque la mañana es fría. Son tantas las mañanas que te vas y las noches que no llegas que todo parece normal. Pero me has dicho que hoy te ibas de verdad, para siempre, como si nunca no existiera y tu voz fuera eterna. Te has creído dueño del tiempo por un momento y has seguido sin mirarme.

Sé que nunca me has mirado, ni siquiera cuando ese adiós era hasta luego y esos besos significaban una vez más sexo compartido. Me gustaría mirarme en el espejo, desnuda. Pienso que tal vez nunca quise quererte y por eso me dejas. Quizá no he querido nunca a nadie y por eso te vas.

Otra persona cruza la calle y tampoco mira atrás. Nadie mira nunca atrás cuando camina. Y si lo hace no suspira. Pensé que era difícil decir adiós para siempre. Y más si de verdad es para siempre. He pensado que moriría algún día sin tu compañía, ni siquiera una llamada y tú seguirías vivo para siempre. Ahora será tu castigo por haber mentido, porque para siempre no existe y tú te has ido.

No quiero vestirme, hoy no, no podría aunque quisiera, y te has ido sin darte cuenta, esta vez ni me has tocado, por miedo a no saber decir adiós. Como lo has hecho al fin. Sin verme de nuevo.

Adiós y soñar que no te has ido. Que regresas y me acaricias suavemente, provocándome, como cuando lo haces mirándome a… ¡Nunca me has mirado! Y te he sentido porque tus manos me tocaban seguras, me tocaban y sabían hacerlo como si mi cuerpo fuera el tuyo, como si el onanismo compartido existiera de verdad. Contigo era así. No me hizo falta nunca jugar a perderme, ni siquiera necesité esconder mi escote. Pero tú nunca me mirabas y yo iba siempre vestida. Por eso te has ido.

Nunca fui capaz de cerrar los ojos, y ahora sólo puedo cerrarlos. Cerrarlos y caminar desnuda, sin que me veas, como siempre, pero ahora también sin que me sientas. Ahora me gustaría correr sin vestirme, y tumbarme en la cama soñando que me tumbas. Pero ahora todo es sueño y he dejado de dormir y despertar eternamente.

La resaca de anoche ya no tiene gracia. Te has ido.

Caminas ahora en algún lugar sin saber que te has ido pensando que te he dejado.

Y nunca me has mirado y te has ido. Y he querido que te quedaras y te has ido. Y he querido abrazarte para siempre, pero te has ido. He intentado levantarme y oponerme a que te fueras y aún así… te has ido.

 He muerto y tú te has ido, sin mirarme porque nunca lo has hecho. Y yo desnuda, porque nunca antes lo había hecho y ahora no soy capaz de deshacerlo.

El otro, el odiado, el amante indeseado, el tercero en discordia, un infarto infortunado y te has ido. Sin mirar, pero esta vez han sido tus lágrimas las que no te han dejado mirar. Sólo hoy me he alegrado de que nunca hubieras visto. Porque de haberlo hecho te hubieras quedado, y yo no hubiera sido capaz de haberte superado en ceguedad. De no abrazarte y no decirte como tú me decías: “Te siento tanto”. Ahora soy yo la que no ve y mira atrás suspirando como nadie lo hace, porque ni siento, ni veo, ni puedo hacerlo.

Te has ido y yo me he ido.

En el aire sólo queda el orgasmo de una noche que ahora promete ser eterna.

Escuderos Ciegos

Escuderos Ciegos

A lo lejos vuelven ellos, son Quijote y su alter ego, o su pequeño Qui. Vienen como siempre, harapientos, tristes, apoyándose uno en la verdad del otro y unas vendas ensangrentadas rodean sus muñecas, su cabeza, disfrazados de molestia. Como quien amanece solo para ser lamentado, para ser sufrido, para ser dolor de muchos ojos que no se atreven a mirar por no recordar. Recuerdan mientras ríen en otra escena en otro paraíso, el recuerdo no es más que volver a cordar ¿A ser cuerdo? No, a enredar, a tejer a alterar lo que fue, porque cualquier copia de lo que fue no es más que un espejismo de lo que seguirá siendo en algún segundo concreto. Marcha atrás, máquina del tiempo y Quijote sigue en pie como quien no cree en el olvido.

Son dos, siempre dos, uno joven y otro viejo, o no tan viejo pero sí parece. Esos ojos tan sinceros, tan humildes, tan sin esperanza ¡Y son llamados espejo del alma! Y lloran cuando los miro y no ríen nunca más que cuando están solos. Y me invitan a escuchar, a ver desde su esquina otros ojos que se posan en los suyos, como los míos, como los de aquel coche y aquella niña que YA mira con asco. Niños y borrachos no mienten ¿Está borracho quijote, lo estaba Cervantes, será alcohol las hojas húmedas de mi ejemplar encerrado al vacío para no reflejar el tiempo; Será narcótico surrealista esas palabras emblemáticas? “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” Quijotes hay en todas partes, vuelvo de nuevo a mirar. Lo abrazo, me abraza, mil gracias por estar aquí, y espera…Qué espera, por qué espera, a quién. Yo no conocí a Sancho, nunca lo vi y si lo hice, despiadadamente lo ignoré. Y él lo sabe, por eso espera, y me mortifica con sollozos que no sé interpretar.

Y tú joven Qui, callas ¿Por qué callas cuando te invito a hablar, por qué no miras o por qué lo haces y callas? Tantas lenguas y nadie enseña a hablar con palabras inválidas, quisiera poder pronunciar tu compañía y soñar que existe.

Dos y se acabó. Cuando regresen esos dos qué pasará, dónde de quedaran los castillos en el aire y las ayudas concedidas, qué ocurrirá con la muerte y la sangre funeraria. Llorarás tú o lloraré yo. Y esos ojos negros que lamentan haber nacido y esos perros días que lamentan haber salido.

Y sigues, como quien dice, viviendo su mentira, como quien habla de la vida y no sabe de qué habla, como quien conoce a su padre y no puede mirarlo a la cara. Violaste mis ojos y yo… me dejé, me gustó, sentí placer en tu dolor, fui superior creyéndolo ¡Viejo de mierda! Falsificador de verdades y quién dice que por ahí no está Sancho llorando por dos, dos que de verdad han pasado, dos que ya no están y yo contigo porque supiste llorar. Ingenua de mí, no estabas borracho, no vi el alcohol pero lo creí. Y siguen siendo dos. 1 y 2, muero mientras pienso quien es 1  y quien es dos.  

Ya no quedan niños que miren con asco.

Quijote sigue montando a caballo pero Sancho se perdió en su rechoncho punto extremo. Demasiado bajo para contemplar rascacielos de ingenuidad, pero pequeño para ver que Quijote no tiene pies y su escudero…tampoco.

frase

frase

Resultó una idea tan fatal que no fue capaz de llevarla a cabo dos veces.

Y pensar y la luz

Y pensar y la luz

Un día despertó con los ojos cerrados, con la sonrisa agachada y el estímulo enfermo. Caminó por las calles de la ciudad tropezando con el mobiliario llamado arquitectura. No había nada que hacer, porque todo era oscuro, todo era igual. Nadie se asomaba a su (de él) ventana y por eso decidió apagar la luz para siempre.

Se sentó, sin saber muy bien donde, para ver el tiempo pasar. Unos gritos le advirtieron que estaba fuera de lugar. Siempre había estado en otra parte, porque siempre había oído el mismo ruido, pero (quizá) ahora lo sabía. Siempre, sin darse cuenta, había conducido sus pasos equivocadamente. Pero también, siempre, sin darse cuenta, se levantaba cada día hacia el mismo lugar. Siempre, sin saberlo.

Pie tras pie, en silencio, como quien no quiere recordar, seguía andando hacia cualquier otra dirección, ninguna parecía (¿O era?) correcta. Estaba perdido y no había sido, no se sentía, atropellado. La selva automovilística que engullía la ciudad se había apiadado (¿De verdad?) de su persona conformándose con perseguirlo y acosarlo, produciendo un guirigay ininteligible, pretendiendo ser el único espacio latente.

Unos brazos desconocidos lo recogieron del suelo, le pusieron bien el sombrero (pero, ¿llevaba sombrero?) y lo dejaron de nuevo (¿O ya era viejo?) caminar. Durante el actual trayecto se dedicó a pensar en el objeto decorativo que coronaba su cabeza. De qué servía llevarlo si el no podía disfrutarlo, de qué servía aguantar su minúsculo peso si era incapaz de aguantar el suyo propio. Se despojó de él y lo abandonó, en una calle cuyo nombre no sabía, cuyo espacio no distinguía, seguía siendo demasiado de noche para ser de día. Sintió entonces que tampoco sus vestiduras eran necesarias, así que se desnudo y siguió, esta vez, paseando. Ya no debía haber nadie por las calles porque cada vez estaba más oscuro.

Se le ocurrió pensar que era poderoso porque había conseguido ser invisible para el universo, había logrado dar la espalda a la sociedad. Era dueño de un infinito negro oscuro cuyos límites, ya dichos, incluso para él, producían temor entre sus habitantes. Entre él y su cuerpo. Nadie podía arrebatarle la soberanía de una (su, suya) tierra cuyas fronteras le parecían, ahora, demasiado grandes. Necesitaba, entonces, a alguien que la vistiera, que le diera nombre, que la habitara, que…

¡Estaba volviéndose loco! ¿Estaba volviéndose loco? Estaba volviéndose loco, precisamente había huido de la civilización por comportar demasiadas normas; otras tantas (de ellas), demasiadas, incumplidas; demasiadas personas, demasiadas cosas/objetos que observar e imposibles de ver porque la gente las oculta/guarda/tapa. Ahora era él quien, siendo su dueño era el verdugo de sus (de él) ojos, condenados a mirar hacia una sola dirección. Se dio la vuelta (a si mismo) ¿Y si las cosas cambiaban mientras él estaba mirando hacia otra parte, si no fuera capaz de controlar lo que sucedía en su propio mundo por estar descubriendo un nuevo espacio, si no fuera capaz de advertir la luz porque se encontraba en la sombra?.. Qué clase de gobernador sería si dejara que todo sucediera sin advertirlo. Quiso empezar de nuevo, volver a ver, sobretodo, quiso convertirse otra vez (por decir algo) en ciudadano. Como el que no hace nada, como quien no piensa en nada, como quien protesta por nada, como quien desconoce su (suyo, su yo) lugar; en definitiva, como sin responsabilidades.

Juego de Niños

Juego de Niños

En algún lugar del mundo un niño se muere de hambre, agachado, entrelazando sus manos con sus pies como queriendo borrarse a si mismo. Un niño, sueña con que alguien le escuche, con que crean en él, con que le miren y le enseñen a jugar sin ser adulto.

En algún lugar del mundo un niño se muere de hambre pero comparte su pan con una niña porque ella es más débil. Porque es muy bonita. Porque hay que protegerla. Porque tiene una sonrisa preciosa. Porque lo besa. Porque llora cuando se siente mal. Porque triste no parece tan linda. Porque es mujer.

En algún lugar del mundo un niño se muere de hambre pero comparte su pan con una niña que lo mira con picardía. Es una niña que no pasa hambre y que su miedo lo consuela con los niños. Es una niña a la que le han enseñado que su cuerpo femenino es un arma de incalculable poder. Una niña que agradece cada día ser mujer. Una niña cuya fecha de caducidad dependerá de la juventud de su cuerpo. Una niña que mientras sea niña será la reina de la calle.

En algún lugar del mundo un niño se muere de hambre pero comparte su pan con una niña a quien puede recurrir para calmar su apetito sexual. Una niña a quien educan ojos obscenos y miradas lascivas. Una niña que ha normalizado los abusos. Una niña que ha aprendido a pedir recompensas. Una niña que disfraza el dolor con medias de seda. Una niña que viste un grito con orgasmos. Una niña que adora el sexo porque el sexo le permite vivir. Una niña que juega a que la toquen. Que se convierte en su única muñeca. Una niña que duerme en una cama si su  mirada es lo suficientemente erótica. Una niña que sueña con el macho que la sepa tocar para olvidar que no hay nadie a quien llamar mamá, que papá nunca estuvo o si lo hizo fue otro hombre más. Una niña que recurre a otras niñas para que le expliquen que es amar. Una niña que no sabe que significa ser niña. E inocencia perdida en alguna edad lejana que ya no recuerda. Y SOLO es una niña.

Dicen que

He soñado entre despierta que había vivido

                                     en el olvido de alguien que me hablaba.

Tengo ganas de jugar a divertirme

                                mientras sonrío al frío invierno de la  noche,

 amanece su ternura

                              despierta  y me dice en secreto medio a voces

que la luz contemplada en mi medalla es tan sólo el premio de la nada.

Y nada es a veces poesía.

Ironías

Ironías

 

Un ladrón entra a una casa a medianoche. Supone que no habrá nadie porque es una casa de segunda vivienda y en los últimos cuatro meses ha permanecido vacía.

Mientras se dirigía a su cometido oyó a un señor que conversaba por el móvil. Aconsejaba a alguien que secundara un pacto. El tipo parecía excitado y feliz con lo que oía. Gesticulaba y elevaba el tono de voz cada vez que recibía nueva información, se le veía extasiado. Por lo que decía, el ladrón dedujo que el trabajo de miles de personas dependía de aquel hombre cuyas dimensiones eran ridículas en proporción a su aparente poder ejecutivo. Pensó el ladrón que si el mejor perfume se vende en frascos pequeños, también la mayor mierda se envuelve en paquetes diminutos.

Siguió caminando. Más adelante se paró ante un escaparate, quería regocijarse ante su imagen a punto de cometer un delito. Se recreaba mientras mostraba mil caras al improvisado espejo. Alguien empezó a gritar tras él. Se giró y observó pasivamente. Unos  locales estaban desplazando a patadas del parque a un vagabundo ebrio porque su imagen dañaba la de la localidad. Nadie reparó en él, no hubo sospechas, su aspecto era de lo más normal. Antes de reanudar su marcha se sonrió una vez más ante el cristal de la tienda.Chulo

Volvió a caminar y retrocedió. No se había fijado en el tipo de negocio que se ocultaba tras  semejantes espejos. Acercó su cara al cristal para intentar ver a través de él. Se trataba de una oficina. Una débil luz iluminaba en la mesa una pequeña bolsa plástica transparente y restos escasos de polvos blancos; Deshechos de una tarde agitada. Por lo demás, seguía siendo una oficina muy normal. Se separó del cristal y miró el letrero. Era una oficina bancaria.

Al final de la calle, tres mujeres de voluptuosas curvas vestidas con ropa xs y tacones de vértigo se insinuaban a todos los coches y peatones que pasaban cerca. En la otra esquina, una muchachita, de no más de quince años y una mirada dolorosamente sexual, subía a un majestuoso coche cuyo propietario, de mirada ociosa, le hacía rápidamente un hueco entre sus piernas, incapaz de esperar a tocar el inmaduro, pero muy desarrollado, pecho de la joven.

Cuando sale de la casa, con el trabajo bien acabado y muy buenos resultados, decide volver a su hogar en dirección contraria, para no levantar sospechas. Llega al puente sin peligro, las casas cercanas a su objetivo estaban vacías; Se trata de una zona muy turística.

Al cruzar el puente una tribu de inmigrantes se hacinaban en las paredes del mismo, luchando contra la intemperie. En un vano intento por frenar el frío de la noche habían extendido, de pilar a pilar, una caja de cartón que permanecía más tiempo en el suelo que de pie. Una pequeña risa irónica asomó de nuevo a sus labios. De todas formas, el frío no los iba a dejar dormir.

A la mañana siguiente, dos agentes llaman a la puerta de su casa. Lo empujan contra la pared. Le leen sus derechos y se lo llevan a la cárcel. Al parecer escogió para su infracción la única mansión cuyo propietario había decidido pasar ese fin de semana con la querida en su paradisíaca casa de verano. Caso cerrado.

En ese momento, los medios de comunicación abrían el noticiario anunciando el oportuno convenio entre una empresa nacional y otra extranjera. El dueño comunicaba lo mucho que esa alianza significaba para él y para el país. Relataba también cómo había sido su humilde vida hasta el momento. Explicaban, a parte, que pronto se cerraría la sede principal porque a partir de ese momento sus funciones pasaban a ser exclusivamente mercantiles. Los más de mil empleados que la habían visto crecer estaban sentados en su casa pensando en jubilaciones anticipadas y múltiples opciones de empleo que al parecer generaba dicho convenio. Así lo corroboraba sonriente un hombre de dimensiones ridículamente pequeñas para poseer tanto poder. Acababa de cerrarse un negocio absolutamente legal.

La Vecina

La Vecina

Dieciocho años tenía la vecina cuando decidió salir de su casa, cansada de pelear con la gente que le rodeaba y aburrida de no haber hecho nada en dieciocho años de vida. Soñaba cada mañana con hacer algo que le cambiara la vida, algo que le diera la oportunidad de sentirse realizada. Sin embargo, nunca dijo nada, calló todo deseo y pensamiento que se le pasaba por la cabeza acerca de su locura. Sólo un amigo sabía de su huída secreta, y a pesar de que la miraba con ojos comprensivos cada vez que ella relataba el modo en que lo haría, en el fondo nunca creyó que ese esperado día llegara.Juntos habían hablado horas interminables acerca de los lugares que visitaría, compartían las noticias de gente que se atrevía a cumplir ese mismo deseo. Se reían de las caras de los familiares al levantarse y ver que ella no estaba. Pero nunca se planteó que aquel secreto se hiciera público. Nunca pensó que su amiga le diría ese adiós indefinido tan perfectamente planeado.Los sueños no pueden dejar de serlo nunca, repetía una y otra vez cuando se enteró de su ausencia. Eran las cuatro de la mañana cuando lo despertó la musiquita de moda del teléfono móvil. Llevaba una semana presumiendo de su nuevo móvil capaz de recibir canciones enteras y reproducirlas como melodía. Pero nunca esperó odiar tanto una canción que había significado el inicio de su adolescencia, la primera canción de su primera escapada nocturna y la misma que lo acompañó en su primer beso y en aquella noche íntima tan desastrosa, de la que sólo conocían los detalles más escabrosos la vecina de dieciocho años y la chica escogida para la ocasión. Quizá esa melodía se había empeñado demasiado en estar presente en los acontecimientos más intensos de su vida. En todo caso, en aquel minuto lo último que pensó fue en el significado de aquella dichosa canción. Le llegó justo oír “¿Dónde estáis un día entre semana a estas horas, qué hacéis que todavía no estáis en casa?” No le hizo falta más información, tenía datos suficientes como para saber que podían significar aquellas palabras. La vecina llevaba una semana distanciada de su compañía, no lo buscaba ni lo llamaba, pero todas esas señales mudas sólo se hicieron visibles en aquel momento. Durante años habían estado escogiendo el día de la semana que debía realizarse la escapada y durante muchas horas embriagados por el alcohol y el humo narcótico de la marihuana habían ensayado las excusas que debía decir ante ese justo interrogatorio. Pero esta vez no había risas y el humo de tan consumido estupefaciente estaba muy extinguido para decorar la habitación. Pero sobre todo, faltaba ella. No supo decir nada, tan sólo se oyó unos segundos más tarde “yo…yo…estoy durmiendo”, tan lejano y tan desconocido que ni la misma madre lo reconoció. No había tono de voz, era una excusa mecánica y mal disfrazada. Lo único que podía esperar esa respuesta era el cuelgue que se produjo seguidamente. La madre palideció, el enfado que hacía unos minutos le había enrojecido la cara al ver la habitación de su hija vacía, se tornó angustia. Los ojos empañados de lágrimas dirigían su vista hacia la puerta que acababa de abandonar. Las piernas no se atrevían a llevarla al mismo lugar. Temía lo que siempre había pensado, y lo que ahora sabía. “Algún día lo dejaré todo, me iré y no podrás detenerme”. Se acababa de dar cuenta de que algún día había llegado ese martes 21 de octubre. Convertida en autómata se dirigió a la calle. Lo mismo hizo el muchacho, como un impulso reflejo. Los dos al mismo tiempo abrieron la puerta. Frente a frente. Dirigieron la vista a ambas esquinas de la calle, con los brazos caídos y las piernas dormidas. Con el corazón roto. Ninguno fue capaz de mirar al otro. Pero ambos se sentían mutuamente. Esperaban encontrarla todavía en la calle. Algún rastro de ella. Quizá un carta de despedida. Pero había sido la única meticulosa en su historia. Precisamente por eso, porque siempre fue su cuento, su idea, su sueño. Los sueños no se cumplen nunca. Se miraron. Esta vez para buscarse, para abrazarse. Arrodillados en el frío asfalto de la noche, iluminados por la luz intermitente de la farola callejera. No hablaron, no se nombraron. Solo se apretaban para no perderse. Asegurándose de que ellos no se habían ido. Que no era una pesadilla. Entonces lloraban, no había llanto. Sólo lágrimas transparentes que lavaban la cara y el cuerpo de dos seres humanos.“Ya he llegado, no sé cuando podré volverte a llamar, pero hoy empiezo a vivir, no olvides que te QUIERO”. Entonces es querer lo inalcanzable. Colgó y se sentó en la cama. Acababa de perder su primer amor.